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El sésamo (Sesamum inducum) es una planta oleaginosa cuyo cultivo se ha extendido a todas las regiones tropicales y subtropicales del planeta.
En la antigua Grecia era muy apreciado y los soldados llevaban una bolsita de supervivencia con semillas de sesamón. Hipócrates y Discórides recomendaban sésamo en sus prescripciones curativas. Los árabes la llamaban alcholcholén y de allí viene otro de sus denominaciones: ajonjolí. En países de Oriente, como Japón y China, el sésamo constituye un alimento tradicional, pues posee la facultad de fortalecer el sistema nervioso, mejorar el metabolismo y prevenir varias enfermedades, entre ellas la arteriosclerosis y la hipertensión arterial, retardando el envejecimiento celular y favoreciendo la longevidad. En la India es símbolo de inmortalidad.
Estas semilas tienen un 52% de lípidos, de lo cuales el 80% son ácidos grasos
insaturados, principalmente omegas 6 y 9, lo cual les confiere una gran eficacia
en la regulación del nivel de colesterol en sangre. Entre estos lípidos se
encuentra la lecitina, que desempeña una importante
función en el organismo: es componente esencial del tejido nervioso.
El sésamo tiene un 20% de proteínas, de alto valor biológico, vitaminas del complejo B (B1 o tiamina y B2 o riboflavina), en cantidad mucho más
elevada que cualquier otra semilla oleaginosa. También aporta buena cantidad de
vitamina E (tocoferol), que es antioxidante.
También posee cantidades importantes de potasio, hierro, selenio, yodo, cromo y calcio (ver su contenido en este otro POST de El Cuaderno de Flores).
En resumen: se trata de un alimento de gran calidad, energético,
mineralizante, reconstituyente muscular y nervioso, potenciador de la memoria y
las facultades intelectuales, protector circulatorio y laxante.
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